
Cuando ya habíamos probado algo así como una docena, decidimos que la mejor opción era desayunar en el bar más barato. Desde entonces los cafés con leche se presentan ante nuestros ojos de manera automática. Es difícil desviar la mirada cuando aparecen; siempre calientes, hasta el borde, sin espuma, en vaso y cortos de café.
Los descansos de nuestras mañanas se sitúan en un local de techos altos, muchos hombres alrededor de las mesas de formica, puros, humo hacia muy arriba, barriles de vino, mujeres en la cocina, uno o dos hombres en el interior de la barra y el camarero de más edad o canalizador de actividad cocina-comedor.
Es absolutamente genuino comer aquí por 7 euros. Grandes cantidades con una calidad que para sí quisieran muchos de los que se autoproclaman restaurantes de "cocina de autor". Me pregunto si es posible una cocina sin autor.
A veces, escenas...Un día mi mirada se iba hacia las dos sillas de atrás. Dos copas de vino blanco se chocaban, alguien brindaba a las 11 de la mañana. A un lado y otro de las copas un hombre de unos 70 años y una chica de menos de 20. Ella era algo más que cuidadora. El hombre acariciaba la pierna de la chica de una manera casi obscena, mientras ella se vanagloriaba de sus experiencias sexuales con un treintañero. A veces escenas... Aquí también he visto cómo unos chicos pagaban con un billete de 500 euros después de haberse fumado unos canutos de postre y de que otro comensal de una mesa distante les pidiera papel.
Hoy, en la barra, hemos recibido la confirmación, lo que nos temíamos desde hace mucho tiempo: EL NIÑO DE LA CAPEA COME AQUÍ
Nota: El Niño de la Capea tiene un hijo: El Capea.