El comedor se vaciaba, algunos tomaban los últimos sorbos de un café. Los relojes marcaban la hora de la asepsia. Siempre había alguien que hurtaba. Desde la dirección se tomaron las medidas; todas aquellas jaulas, a partir de entonces, tenían que cerrarse con candados. Luis tenía el corazón grande, Grace convulsionaba.
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