La siguiente vez apareció como un mimo; no lo podía creer, de él salió la fiera. Se presentó con gestos, que era un dibujante, que para nada le pusiera el calificativo de pintor. Trazó, románticamente y supuestamente, un acantilado rocoso. Comentó, de nuevo con gestos, cuál era su capricho: besarlo hasta la erosión. Supuraron esmeraldas de alegría, iban desgranándose con el arqueado de su lengua.
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