El trayecto se me hacía interminable. Una vez allí, todo lo contrario. La carretera de la costa llevaba a un refugio de pescadores. Los animales que atrapaban eran cocinados e ingeridos. A veces llovía, afuera, sobre el mar. Dentro hacía calor: humanos, humo y olor a cocción. De aquella travesía, recuerdo con intriga las flechas, el perro de un loco de atar.
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